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Imagen de hombre frente al espejo

Las tres grandes heridas narcisistas

En su trabajo escrito a fines de 1916, titulado «Una dificultad del psicoanálisis,» Sigmund Freud plantea una interesante reflexión acerca de cómo el amor propio de la humanidad ha experimentado tres graves afrentas a lo largo de la historia, todas ellas provenientes de la investigación científica.

Heridas narcisistas

La primera de estas heridas narcisistas se remonta a la llamada «afrenta cosmológica» atribuida a Nicolás Copérnico. A pesar de que los pitagóricos habían mencionado esta idea previamente Copérnico logró imponer la teoría heliocéntrica en el siglo XVI, desafiando así la creencia en el geocentrismo. Para esa época, la posición central de la Tierra en el universo era considerada una garantía de nuestro papel dominante en el universo y le parecía que armonizaba bien con su inclinación a sentirse el amo de este mundo. La refutación de esta idea resultó dolorosa y perturbadora, ya que afectaba directamente el núcleo del narcisismo humano.

La segunda herida narcisista

La inflige Charles Darwin, dice Freud, cuando en su teoría de la evolución despojo al ser humano de su condición de criatura divina, hecha a imagen y semejanza de dios, y lo situó como un eslabón más en la cadena evolutiva de la naturaleza. Esta afrenta impactó especialmente a una parte significativa de la civilización occidental, influenciada por la filosofía griega antropocéntrica y la religión monoteísta. Estas dos corrientes habían alimentado una «arrogancia» occidental que contrastaba con la percepción de sociedades «primitivas» y seres «hombres primordiales.»

La tercera herida narcisista llegó con la introducción del concepto de inconsciente. Freud argumenta que esta humillación llevó al ser humano a darse cuenta de que no era el señor de su propia psiquis. La noción del inconsciente implicaba que ya no éramos seres completamente libres y racionales, sino sujetos sujetados a los impulsos de nuestro deseo. En cierto sentido, esta revelación desbancó la filosofía cartesiana que sostenía «pienso, luego existo,» al proponer la idea opuesta de «yo soy allí donde no pienso.»

Así el inconsciente se suma a la lista de las graves humillaciones infligidas al narcisismo humano. Estas tres «heridas» han redefinido nuestra comprensión del lugar del ser humano en el cosmos, en la naturaleza y en su propia psicología, desafiando las creencias arraigadas en la arrogancia occidental y llevándonos a enfrentar la complejidad y la profundidad de nuestra propia existencia.

Referencias

Freud, Sigmund, Una dificultad del psicoanálisis. Amorrortu Ediciones. Tomo XVII, pp.125-135