Los discursos sobre el sexo desde el siglo XVI, lejos de sufrir un proceso de restricción, han estado, por el contrario, sometidos a un mecanismo de incitación creciente. Las técnicas de poder ejercidas sobre el sexo no han obedecido a un principio de selección rigurosa sino, en cambio, de diseminación e implantación de sexualidades polimorfas, y la voluntad de saber no se ha detenido ante un tabú intocable, sino que se ha encarnizado en constituir una ciencia de la sexualidad.
Es cierto que se operó toda una economía restrictiva: «Las nuevas reglas de decencia filtraron las palabras: policía de los enunciados. Control, también, de las enunciaciones: se ha definido de manera mucho más estricta dónde y cuándo no era posible hablar del sexo; en qué situaciones, entre qué locutores, y en el interior de cuáles relaciones sociales; así se han establecido regiones, si no de absoluto silencio, al menos de tacto y discreción: entre padres e hijos, por ejemplo, o educadores y alumnos, patrones y sirvientes».
Pero esta regulación lleva como contrapartida una explosión de los discursos sobre el sexo que se aceleró a partir del siglo XVIII. Lo esencial fue una multiplicación de discursos sobre el sexo en el campo del ejercicio del poder mismo: «…incitación institucional a hablar del sexo, y cada vez más, obstinación de las instancias del poder en oír hablar del sexo y en hacerlo hablar acerca del modo de la articulación explícita y el detalle infinitamente acumulado».
En fin, los discursos sobre la sexualidad, lejos de haberse reducido como postula la hipótesis de la represión, se multiplicaron e implantaron más allá de interdicciones y prohibiciones.
La restricción de la falacia sexual a pura genitalidad es un grave error. Lamentablemente, en esta posmodernidad, la mayoría de la gente se ha dogmatizado en solo hablar de lo genital, del acto sexual y del mero placer. La sexualidad es mucho más de lo que percibimos en un primer momento.
Hoy ni siquiera nos percatamos de la inmensa y diversa arquitectura que hemos levantado desde el sexo. Vivimos en una estructura construida con infinidad de discursos sexuales, que se pueden notar en el amplio imaginario social que tenemos para describir nuestros sexos, ya que existen figuras, olores y hasta luces que son sexuales. No necesitan de la sexualidad y de sus órganos para ser sexuales, pues «cada pasión tiñe los objetos de conocimiento con su color», como escribía Schopenhauer.
Referencias:
Janik y Toulmin, Juegos de lenguaje, 1973/1983.
Moncrieff, Henry, Sexualidad y sociedad moderna: El saber de que aún no somos totalmente «libres», Revista de Filosofía Aparte Rei, 50, Marzo de 2007.
Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XLIV (111-112), 153-163, Enero-Agosto 2006,162.
Schopenhauer, Artur, El mundo como voluntad y representación II, Editorial Trotta, Madrid, España.