La envidia como función de mirada
Hay una cosa en el mundo que es la mirada.
Federico García Lorca
La palabra envidia procede del latín invidia, derivado a su vez de invidere, que significaba mirar con malos ojos. Siempre que está la envidia está la mirada, de ahí la superstición acerca del mal de ojo: la idea del daño que ciertas personas pueden hacer, al ver a otras con envidia.
Spinoza señala que la envidia se ancla en un profundo odio a sí mismo, por el reproche íntimo que se dirige el envidioso por carecer del mérito, la riqueza o el bien poseído por la persona envidiada.
Algunas consideraciones que hace San Agustín sobre la envidia fueron retomadas por Lacan. En las Confesiones, Agustín sitúa un episodio en que recuerda a un niño de siete años pálido, blanco, viendo a su hermanito recién nacido tomando del pecho de su madre, y es ahí donde San Agustín dice que el niño está tomado por la invidia.
Se pregunta ¿Cómo puede ser que ese niño estuviera blanco, pálido, tomado de esa escena, mientras que si se le hubiera ofrecido el objeto que aparentemente envidiaba -el pecho-, hubiera escupido con asco? Para San Agustín, está claro que en esta pasión no se trata del objeto que supuestamente se quisiera tener, sino, fundamentalmente, del goce que se le supone al otro: hay otro que ha encontrado su objeto adecuado.
Lo interesante es que a San Agustín no se le escapa la importancia de la mirada para salir de la trampa de pensar que el niño mira a su hermano tomando el pecho, y pensar que su hermano, el bebé tomando el pecho, lo está mirando a él. Esto implica que la escena lo mira, que el niño queda como objeto de esa escena. Esto quiere decir que el envidioso, más que viendo, está siendo mirado: esto es la mirada, es lo que constituye una escena y condiciona el ver de uno.
Lacan retoma justamente esto que capta San Agustín, y lo subraya en varias ocasiones durante su seminario XI para hablar de esa suposición de un goce que está en la pantalla que se está viendo.
Lacan señala: el dato de la envidia y el apetito del ojo o mal de ojo –en tanto órgano- como paradigmático del niño que mira a su hermanito colgado del pecho de su madre, que lo mira amare conspectu, con una mirada amarga, que lo deja descompuesto y le produce a él el efecto de una ponzoña. El niño, o quien quiera, no envidia forzosamente aquello que apetece (envíe*) ¿Acaso el niño que mira a su hermanito todavía necesita mamar?
Dice que no debemos confundirla con los celos -inscriptos en la terceridad-, el niño no envidia algo apetecible para él:
Todos saben que la envidia suele provocarla comúnmente la posesión de bienes que no tendrían ninguna utilidad para quien lo envidia, y cuya verdadera naturaleza ni siquiera sospecha. Esa es la verdadera envidia. Hace que el sujeto se ponga pálido ¿Ante qué? – ante la imagen de una completitud que se cierra, y que se cierra porque el a minúscula, el objeto a separado, al cual está suspendido, puede ser para otro la posesión con la que se satisface, la Befriedigung. – satisfacción-goce.
La envidia, dice Jacques Lacan, no se relaciona con la posesión de los bienes del otro, que no tendrían ninguna utilidad: se envidia la completud del sujeto con su objeto.
Lo que ubica Lacan en relación a la envidia en el Seminario XI, es que la envidia no se trata de codiciar el objeto que el otro tiene o que el otro es, por decirlo de alguna manera, porque no todos queremos lo mismo-, sino que la envidia se dirige al goce que le suponemos al otro por tener ese objeto: el goce que el otro usufructúa no querer que el otro lo tenga, esto sería la envidia.
El punto central de la envidia radica en la suposición de un goce que se considera realizado en el otro.
Luciano Lutereau
Si ustedes lo piensan, esto es la base de toda segregación. Lo que se envidia es lo que se supone, no lo que se sabe, y se supone que el otro goza de un objeto. Y esto sucede muchas veces en los vínculos o relaciones mediadas digitalmente como son las redes sociales.
Cómo vínculo, esta pasión triste, transforma la experiencia subjetiva del envidioso, y también del que se sabe envidiado. Al envidiado, la envidia le sirve para confirmarse bien cotizado en el mercado de las relaciones sociales y también para identificar a quién hay buenas razones para alejarse.
En el mundo contemporáneo la envidia (“sana envidia”) se esconde a veces eufemísticamente bajo el nombre de competitividad. En efecto, la competencia, ley fundamental del mercado, tiende a desplazar al otro, tratando de que fracase o desaparezca: a pesar de su aspecto aparentemente frío y desapasionado, la emulación conlleva un odio semejante al que implica la envidia. (Bordelois, Ivonne. Etimología de las pasiones).
Bibliografía citada y/o consultada
- Aristóteles, Retorica, Biblioteca Básica, Gredos, Editorial Gredos, Madrid, 2000.
- Bordelois, Ivonne. Etimología de las pasiones (Spanish Edition) (p. 103). Libros del Zorzal. Edición de Kindle.
- García, Germán, El barroco de las pasiones, Revista Ornicar, https://wapol.org/ornicar/articles/grc0124.htm
- Lacan, Jacques, El Seminario, Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, De la mirada como objeto a minúscula, IX ¿Qué es un cuadro?, pág. 122, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1987.
- Lacan, Jacques, El seminario, Seminario 6, El deseo y su interpretación, Versión Critica: Ricardo Rodríguez Ponte, Escuela Freudiana de Buenos Aires, Clase 25.
- López, José Antonio, Conspiradores Íntimos, la envidia como vínculo, en: https://www.academia.edu/19565749/L%C3%B3pez_Conspiradores_%C3%ADntimos_La_envidia_como_v%C3%ADnculo
- Oleaga, María Cristina, La mayor unión admite excepción, Primera parte: juntos, siempre y cuando seamos iguales ante el Otro, en: https://www.elpsicoanalitico.com.ar/num19/subjetividad-oleaga-union-fraternidad-excepcion-primera-parte.php