La resiliencia, nacida en la física para para referirse a la capacidad de un material de recuperar su forma original después de haber estado sometido a una presión deformadora, se lo apropió la psicología en los 70, para describir la “capacidad de las personas de sobreponerse a la adversidad y adaptarse positivamente” a pesar de dificultades y traumas.
Ha adquirido un estatuto especial como una especie de concepto comodín y multiusos, al que «se le confunde con otros conceptos o expresiones, como la de empatía, sentido del humor, afrontamiento, autoeficacia, perseverancia, competencia, religiosidad, optimismo, tenacidad, control personal y personalidad “resistente”. [1]
La resiliencia tiende a simplificar la complejidad de las experiencias humanas en tanto que no todos los sujetos tienen las mismas oportunidades, recursos o apoyos para sobreponerse a situaciones difíciles. Es una expectativa poco realista para todos aquellos sujetos que enfrentan circunstancias especialmente adversas, como la pobreza, la exclusión o la violencia sistemática.
Otro riesgo es la culpabilización, la noción de resiliencia podría ser interpretada como una acusación de falta de esfuerzo o de voluntad en quienes no logran superar sus problemas y “adaptarse positivamente”.
El concepto de resiliencia es culturalmente sesgado pues lo que se considera “adaptación positiva” varía según la cultura y las normas sociales.
“Flexibles y adaptables”
En el mundo contemporáneo, caracterizado por la globalización económica y la aceleración tecnológica, se han impuesto el individualismo y la productividad como valores supremos. En este contexto, se espera que los sujetos seamos resilientes y optimistas para alcanzar el «éxito financiero».
Este imperativo de productividad económica nos lleva a ser más eficientes y efectivos en el trabajo, generando sin duda cierta satisfacción y logros, pero también una presión constante por lograr más y más, y ser mejor: centrados en nosotros mismos y en nuestras metas.
¿Es esto acaso un uso político e ideológico de la noción de resiliencia en un sistema capitalista que requiere sujetos flexibles y adaptables?
Si la resiliencia no deja de ser una prótesis, en definitiva, un bálsamo. En otros términos “técnicas de aprendizaje, es decir prácticas correctivas de conductas, sin tomar en cuenta los procesos sociales y psíquicos que bloquean potencialidades”, dirán Ana Berezin y Gilou García Reinoso en su texto “Resiliencia o la selección de los más aptos” (2005).
“El ideal de la resiliencia parece ser la funcionalidad, la eficacia de los sujetos y sobre todo del sistema. Así, lo que parece simple -y obvia- descripción de situaciones de hecho implica peligros: bajo un nombre nuevo se retoma el viejo concepto de «desviación»: en el campo de la salud, con el modelo médico; en el de la educación, con el modelo pedagógico; ambos remitiendo al concepto de normalidad y adaptación, con sus consecuencias de orden teórico, ético y político”.[2]
La resiliencia y el optimismo, tan en boga en nuestro tiempo, no nos ayudan a afrontar los desafíos de la vida.
El psicólogo social Dr. Ron Friedman argumenta que el individualismo contemporáneo nos aísla de redes de apoyo, de lo comunitario. A su vez, la obsesión por la productividad y las métricas cuantitativas nos lleva a una frustración constante. El autor plantea que las demandas de optimismo y resiliencia ante la adversidad ahondan dicha frustración.
Por todas partes nos piden resistencia, resiliencia –esa nueva palabra mágica que oculta una naturalización de una presión difícilmente soportable–. En fantástica expresión, Ripalda añade que se trata de un rodillo psicológico normalizador» que sustituye ventajosamente a la filosofía (como elemento crítico, pensante, disidente) y, por supuesto, abre un nuevo espacio de negocio multimillonario: apropiarse de nuestra culpa por no llegar a los estándares que marca ese tozudo rodillo.[3]
No hay que aguantar todo, ni aguantarlo siempre: ni en lo personal ni en lo social
James Davies en su libro Sedados: como el capitalismo moderno creó la crisis de la salud mental señala que: «desde la década de 1980, los sucesivos gobiernos y las grandes corporaciones han contribuido a promover una nueva concepción de la salud mental que sitúa en el centro un nuevo tipo ideal: una persona resiliente, optimista, individualista y, sobre todo, económicamente productiva, las características que necesita y desea la nueva economía«. Quizás, para mitigar la angustia contemporánea sea necesario restaurar lazos sociales que provean ideales compartidos, contención emocional y un sentido de pertenencia. La mesura entre deseos individuales y colectivos es fundamental para el bienestar. Quizás reconocer que el individualismo y la productividad económica son «los valores» en la sociedad actual y ser conscientes de cómo estas presiones, mandatos e imperativos afecta nuestra vida y subjetividad.
[1] J.A Piña López (2015). Un análisis crítico del concepto de resiliencia en psicología. A critical analysis of the concept of resilience in psychology.
[2] Ana Berezin y Gilou García Reinoso. El Poder dicta, por la palabra del sujeto mismo, lo que hay que hacer en: https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-50578-2005-05-05.html
[3] González Serrano, Carlos Javier, Contra la resiliencia, a favor de la lucidez en: https://ethic.es/2022/04/contra-la-resiliencia-a-favor-de-la-lucidez/
Parker, Ian. La psicología como ideología. Contra la disciplina, Ed. Los libros de la catarata, Madrid, 2010