La teoría del deseo de Jacques Lacan
Definición de deseo
El deseo, tal como se define generalmente en los diccionarios de las lenguas modernas occidentales, es una cierta búsqueda, tendencia o apetito de un objeto, que se puede escribir como (S → a), a veces voluntario y consciente, para ir hacia algo. En la etimología, el deseo es el estado en que quedamos porque hemos perdido algo. El deseo humano trasciende los objetos con los que el yo imagina poder satisfacerse.
Si bien el deseo es un objeto de conocimiento de gran complejidad y difícil discernimiento en la enseñanza de Lacan, señalaré algunos puntos interesantes y el movimiento en su devenir.
Primer tiempo: lo imaginario 1953 – 1958
El deseo en la dimensión imaginaria. En 1953, en el llamado Informe de Roma, Lacan inscribe el deseo en una relación intersubjetiva y le atribuye una función específica: hacer reconocer el propio deseo. Lacan dirá: «nuestra vía es la experiencia intersubjetiva en la que ese deseo se hace reconocer».
En este momento de su enseñanza, el deseo sólo persigue ser reconocido como tal. Es decir, el propio deseo no es sino el deseo de reconocimiento del deseo – no en atributos yoicos, sino en la ausencia y pérdida radical de esas propiedades, es falta en ser. Es la dimensión inexorable en el campo del otro de mi condición de deseante, que para Lacan es el sujeto.
El reconocimiento del deseo es, en ese sentido, un deseo de deseo, en tanto que el sujeto «desea ser deseado» para así ser reconocido como sujeto por el otro. Lacan enfatiza así una dimensión imaginaria en el origen, el deseo sólo existe en el plano único de la relación imaginaria del estadio especular, existe proyectado, alienado en el otro.
Segundo tiempo: lo simbólico y las leyes de la palabra
El deseo en la dimensión simbólica. En el mismo año 53 y en el curso de su primer seminario, Lacan privilegiará la dimensión simbólica del deseo: la palabra es esa rueda de molino donde constantemente se mediatiza el deseo humano al penetrar en el sistema del lenguaje.
El autor francés atribuye entonces a lo inconsciente las leyes de la palabra: ninguna verdadera palabra es únicamente palabra del sujeto, puesto que es siempre mediante la mediación de otro sujeto como ella opera. Ahí se realiza la dialéctica del reconocimiento.
Tercer tiempo: lo simbólico y las leyes del lenguaje
El deseo en la dimensión del lenguaje. Lacan relacionará esa atribución de lo inconsciente ya no a las leyes de la palabra sino a las leyes del lenguaje, al decir: «es toda la estructura del lenguaje lo que la experiencia psicoanalítica descubre en el inconsciente».
Tenemos que el deseo es, por definición, inconsciente, porque la represión es el deseo de no saber y es siempre deseo de no saber. No hay deseo sino en relación con el no saber y a eso Freud lo llamó «represión». Lo que sí hay es amor al saber.
Pero el deseo también aparece como un efecto de la articulación significante, y como efecto de significado de esa cadena, haciendo que la significación en el lenguaje sea siempre resbaladiza, siempre pospuesta para más adelante. En fin, se trata entonces de una significación siempre diferida. Es por eso que el deseo es inaprensible, lo que también explica que los psicoanalistas no respondan a la demanda: «Si el psicoanalista no puede responder a la demanda, es sólo porque responder a ella es forzosamente defraudarla».
De ahí que, del mismo modo que el síntoma se liga a la metáfora, el deseo lo hace a la metonimia: el deseo no es más que el reenvío significante de un término a otro y esta particularidad del reenvío constituye la ley misma del lenguaje. La solución de Lacan es decir «que el deseo no es nada más que la investidura, el efecto, de ese valor de reenvío», porque no hay significante que no remita a otro significante.
Este devenir es complejo en su articulación en la enseñanza de Lacan.
Una primera aproximación: comprendemos el deseo en una dimensión imaginaria como deseo de reconocimiento, por lo tanto, el objeto imaginario del deseo es el reconocimiento. Posteriormente, amplió su perspectiva incluyendo el registro simbólico, en el cual señaló la existencia de la falta simbólica y que, por lo tanto, el objeto simbólico del deseo es el falo simbólico como significante que representa la falta en el Otro.
Entonces podemos articular las dos dimensiones del deseo –imaginaria y simbólica– concluyendo que mientras no reconozcamos este deseo en el otro (registro imaginario), se conservará indefinidamente en la repetición (registro simbólico). Lacan propone que la falta de objeto no solo alude al registro simbólico sino también a lo real. Bajo esa perspectiva, desarrolló la noción de falta de objeto e inventó el «objeto a» como objeto causa de deseo.
«La insistencia repetitiva de esos deseos en la transferencia y su rememoración permanente en un significante del que se ha apoderado la represión, es decir donde lo reprimido retorna, encuentran su razón necesaria y suficiente, si se admite que el deseo de reconocimiento domina en esas determinaciones al deseo que queda por reconocer, conservándolo como tal hasta que sea reconocido».